A nita era una niña pobre que vivía con su abuelita, porque sus padres habían fallecido por causa de un rayo. Desde entonces, siendo una pastorcita, vivía muy triste extrañándolos. Apenas los rayos dorados del sol alumbraron por la mañana, la pastorcita Anita tostaba su cancha que le serviría de alimento para todo el día, porque no tenía más cosas para alimentarse.
En el pueblo, donde vivía sola con su abuelita, no llovía desde hacia varios meses atrás y la gente había migrado hacia otros pueblos. Un día Anita salió con sus ovejas hacia la puna, en busca de pasto, cuando de repente vio que algo brillaba a los lejos. Aquel brillo le llamó la atención, porque además, éste cambiaba de color, una vez era rojo, luego anaranjado, amarrillo, verde, azul, celeste, morado; era maravilloso ver cómo los colores se hacían uno a uno y luego todos juntos a la vez. Pero cuando Anita se acercaba cada vez más, los colores ya no se veían; solamente pudo observar el agua que se filtraba por un cerro, formando un riachuelo que avanzaba por un camino que se hacía angosto. Anita, dejando sus animales por un momento, siguió el curso del riachuelo y encontró una lagunita. No podía creer lo que veían sus ojos: innumerables veces había pasado cerca de allí, pero nunca se había atrevido a cruzar una entrada tan angosta. 17 Cuando tocó con sus manos la lagunita, el agua comenzó a moverse haciendo ondas y fueron apareciendo imágenes en ella. Vio a la gente de su pueblo sembrando maíz y a los niños jugando alrededor y ayudando a sus padres en la siembra.
Cansada por la caminata, Anita se recostó al pie de la lagunita y muy pronto se quedó dormida; entonces en sus sueños escuchó una voz que salía del cerro, diciéndole: “La sequía va a durar unos meses más, pero si tú quieres que llueva, coge el agua de esta lagunita en un mate y donde tú lo pongas atraerá a las nubes y lloverá”. Anita al momento se despertó y, pensativa, sacó de su mantita el mate donde guardaba la cancha y vaciándolo lo lavó y llenó con el agua de la lagunita. Luego de pastar a sus animales, bajó contenta hacia el pueblo con sus ovejas. Le contó a su abuelita lo sucedido y ella le explicó, diciéndole: “Anita, hijita, seguro uno de los auquis tutelares vio en ti a la persona a quien podía confiarle un secreto.
El auqui nos anuncia que las imágenes que viste en la lagunita se cumplirán, cuando comiencen las lluvias, renazcan las plantas y retorne la gente al pueblo para sembrar, ¡así será!”. ¡Y así fue! Desde ese momento, el pueblo de Salvio ya no sufrió más por falta de lluvias
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