También en este sueño sagrado se le reveló cómo nacieron los ríos y las grandes cochas, descubriendo que, en el principio de los tiempos, toda la selva era un gran pantano donde el agua de las lluvias se acumulaba en gran medida. Ese era el reino de la dueña del agua, el gran espíritu del agua, la gran boa madre, la cual tenía tres cabezas: con una de ellas se alimentaba, con la otra podía ver a sus antepasados que alguna vez habitaron este mundo, y con la tercera cabeza podía ver las estrellas en las noches silenciosas de esos tiempos; también pudo apreciar que los ríos y cochas fueron hechas por ella en su afán de alimentar a sus crías. Finalmente, luego de su largo viaje por el tiempo, se le dictó la siguiente sentencia: que todo ser vivo que se alimente y viva gracias al agua de los ríos y cochas creadas por el gran espíritu de la selva, debería ser respetado y protegido, de lo contrario, terribles consecuencias se desatarían, y que el hogar de la gran madre selva debería ser preservado utilizando solo aquello que era estrictamente necesario.
Dicha recomendación fue transmitida del curaca a sus congéneres, pero se dio el caso que los familiares de los niños ahogados vieron un día que una enorme boa de agua salía del río, justo en el lugar donde desaparecieron los niños. Pensando en desquitarse con algo, mas allá de sus respetables creencias, la persiguieron e hirieron mortalmente; la serpiente se arrastró como pudo barranco abajo hacia el río desapareciendo luego en sus aguas.
Por el miedo que les daban las boas, desde ese día siguieron matándolas cada vez que las veían. El curaca al enterarse del hecho presagió terribles consecuencias por la desobediencia de la Ley de la tribu de respetar a los seres que viven en la morada de la gran madre selva, ya que ella los eligió como los protectores de su reino.
Al poco tiempo, las quebradas que alimentaban al gran río se secaron y con ella los frutos de la selva, los peces y los animales que vivían en ella desaparecieron y, por ende, tuvieron que mudarse. Pero cada sitio que habitaban no les ofrecía el sustento necesario, por lo que en su gran mayoría murieron de hambre y desaparecieron. El curaca nunca más pudo hablar con la madre selva ni conocer más de sus secretos. Se dice que los descendientes de los nativos que mataron a dichas boas aún viven en la selva y siguen cometiendo el pecado original de sus padres.
Por todo ello, los misioneros tomaron muy en cuenta dichas palabras y tuvieron mucho más cuidado al visitar las demás aldeas vecinas.
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