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jueves, 21 de enero de 2016

Cuento: La ballena calurosa


Waky la ballena vivía en una pequeña laguna salada. Era la única ballena del lugar y llevaba una vida muy cómoda, así que se había vuelto un poco caprichosa. Pero un año llegó un verano de calores tan fuertes, que el agua subió su temperatura y Waky, acostumbrada a una vida tan plácida, sentía que no podría aguantar tanto calor. Un pececillo que había pasado algún tiempo en una pecera de unos niños, le contó que los humanos utilizaban abanicos para refrescarse en verano, y la ballena ya no pudo pensar en otra cosa que en construirse un abanico.

Todos le dijeron que era una exagerada, que aquellos calores pasarían rápido, pero Waky creó su enormísimo abanico, y en cuanto estuvo listo, comenzó a abanicarse... ¡pobrecillos todos! El gigante abanico sacudió tan fuertemente las aguas de la pequeña laguna, que por todas partes surgieron enormes olas que se desbordaban, y terminaron por dejar la laguna medio vacía, y a la enorme ballena en el centro, sin poder moverse, con sólo unos pocos centímetros de agua para refrescarse.

"No podías aguantarte un poquito, tenías que vaciarnos la laguna", decían unos unos. "¡Impaciente!, ¡egoísta!" le gritaban otros. Pero lo peor para Waky no eran los insultos, sino que con tan poquita agua el calor sí que era insoportable. Y preparándose para morir de calor, se despidió de todos sus amigos, les pidió perdón, y les aseguró que si volviera a vivir habría aprendido a ser más fuerte y aguantar mejor las incomodidades.

Pero una vez más, Waky estaba exagerendo, y por supuesto que pudo aguantar aquellos días calurosos sin morirse, aunque en verdad sufrió un poquito. Y cuando las siguientes lluvias devolvieron su agua a la laguna, y el tiempo mejoró, Waky tuvo que cumplir su promesa, y demostrar a todos que había aprendido a no ser tan comodona, impaciente y caprichosa

Cuento: El truco


Juanito Juanolas era un niño simpático y popular al que todos querían. Era tan divertido, bueno y amable con todos, que le trataban estupendamente, siempre regalándole cosas y preocupándose por él. Y como todo se lo daban hecho y todo lo tenía incluso antes de pedirlo, resultó que Juanito se fue convirtiendo en un niño blandito; estaba tan consentido por todos que no aguantaba nada, ni tenía fuerza de voluntad ninguna: las piedras en el zapato parecían matarle, si sentía frío se abrigaba como si estuviera en el polo, si hacía calor la camiseta no le duraba puesta ni un minuto y cuando se caía y se hacía una herida... bueno, eso era terrible, ¡había que llamar a un ambulancia!.Y se fue haciendo tan notorio que Juanito era tan blando, que un día el propio Juanito escuchó como una mamá le decía a su hijo "venga, hijo, levanta y deja de llorar, que pareces Juanito Juanolas". Puff, aquello le hizo sentir tanta vergüenza, que no sabía qué hacer, pero estaba seguro de que prefería que le conocieran por ser un niño simpático que por ser "un blandito". Durante algunos días trató de ver cuánto podía aguantar las cosas, y era verdad: no aguantaba nada, todo le resultaba imposible de soportar y cualquier dolor le hacía soltar lágrimas y lágrimas.Así que, preocupado, se lo dijo a su papá, aunque le daba mucho miedo que se riera por sus preocupaciones. Pero su papá, lejos de reírse, le contó que a él de pequeño le había pasado lo mismo, pero que un profesor le contó un truco secreto para convertirse en el chico más duro.

-¿Y cuál es ese truco?

Comer una golosina menos, estudiar un minuto más, y contar hasta 5 antes de llorar.

Juanito no se lo podía creer

-"¿sólo con eso?, ¡si está chupado!".

- sólo con eso -dijo su papá- es muy fácil, pero te aviso que te costará un poco.

Juanito se fue contentísimo dispuesto a seguir aquel consejo al pie de la letra. Al llegar junto a su mamá, ésta le vio tan contento que le dio dos golosinas. "Una golosina menos", pensó Juanito, así que sólo cogió una, pero comprobó que su papá tenía razón: ¡le costó muchísimo dejar la otra en la mano de su madre!

Aquella misma tarde tuvo ocasión de poner el truco en práctica, y estudiar un minuto más. ¡Se perdió el primer minuto de su programa favorito! pero al conseguir hacerlo se sintió muy satisfecho, lo mismo que ocurrió cuando se dio un golpe con la esquina de la mesa: sólo pudo contar hasta 4, pero su mamá quedó impresionadísima con todo lo que había aguantado.

Y así, durante los siguientes días, Juanito siguió aplicando el lema de comer una golosina menos, estudiar un minuto más, y contar hasta 5 antes de llorar. Y cuanto más lo aplicaba, menos le costaba, y en poco tiempo se dio cuenta de que no sólo podía comer menos golosinas, estudiar más, y llorar menos, sino que también podía hacer cosas que antes le parecían imposibles, como comer verduras o correr durante largo rato.

Y contentísimo, cogió un papel, escribió el truco, y lo guardó en un cofre con un cartel que decía."Cosas importantísimas que tendré que contar a mis hijos"

Cuento: El soldadito de plomo


Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos. Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.

No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche , cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.

Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito. Finalmente, una noche, el diablo estalló.

-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!

El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:

-No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.

lo dijo ruborizándose.

¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor! Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.

Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa - dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!- dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.

Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche -dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador.

El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...! -gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse.

El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.
 

Cuento: El Murcipájaro


Había una vez un murciélago para quien salir a cazar insectos era un esfuerzo terrible. Era tan comodón, que cuando un día por casualidad vio un pájaro en su jaula a través de una ventana, y vio que tenía agua y comida sin tener que hacer ningún esfuerzo, decidió que él también se convertiría en la mascota de un niño.

Empezó a madrugar, levantándose cuando aún era de día para ir a algún parque y dejarse ver por algún niño que lo adoptase como mascota. Pero como los murciélagos son bastante feuchos, la verdad, poco caso le hacían. Entonces, decidió mejorar su aspecto. Se fabricó un pico, se pegó un montón de plumas alrededor del cuerpo, y se hizo con un pequeñísimo silbato, con el que consiguió que sus cantos de murcipájaro fueran un poco menos horribles. Y así, y con mucha suerte, se encontró con un niño bastante miope que casi nunca llevaba sus gafas, a quien no importó el ridículo aspecto de aquel pájaro negro y pequeñajo.

El murciélago fue feliz en su jaula, dentro de una casa cómoda y calentita, donde se sintió el rey de todos los murciélagos, y el más listo. Pero aquella sensación duró tanto como su hambre, pues cuando quiso comer algo, allí no había ni mosquitos ni insectos, sino abundante alpiste y otros cereales por los que el murciélago sentía el mayor de los ascos. Tanto, que estaba decidido a morir de hambre antes que probar aquella comida de pájaros. Pero su nuevo dueño, al notar que comenzaba a adelgazar, decidió que no iba a dejar morir de hambre a su pajarito, y con una jeringuilla y una cuchara, consiguió que aquel fuera el primer murciélago en darse un atracón de alpiste...

Algunos días después, el murcipájaro consiguió escapar de aquella jaula y volver a casa. Estaba tan avergonzado que no contó a nadie lo que le había ocurrido, pero no pudo evitar que todos comentaran lo mucho que se esforzaba ahora cuando salía de caza, y lo duro y resistente que se había vuelto, sin que desde entonces volvieran a preocuparle las molestias o incomodidades de la vida en libertad.

Cuento: Augustito Calentito


Augustito Calentito era un ratoncillo de ciudad que vivía plácidamente en una gran casa, con todas las comodidades que ningún ratón pudiera soñar: siempre encontraba agua tibia para bañarse, comida aún caliente, ropa de abrigo o lo que fuera. Con él vivía un tipo raro, Duretas Aguantetas, que incomprensiblemente, a pesar de tener todas esas comodidades, cada día renunciaba a una o dos de ellas. Era capaz de lavarse con agua fría teniéndola caliente, o de mordisquear puerros teniendo al lado un trozo de queso. Y lo peor era cuando trataba de convencer al bueno de Augustito para que también lo hiciera:

- Venga, hombre, te harás un tipo más duro. ¡Que te estás convirtiendo en un blandito! - le decía.

Y el pobre Augustito se daba la vuelta, se envolvía en su manta calentita y se ponía a leer, pensando cómo podía haber todavía gente tan bruta.

Pero la desgracia quiso que una noche cayera tal nevada en la ciudad, que la ratonera de nuestros amigos quedó completamente sepultada y aislada por una montaña de nieve. Trataron de salir, pero el frío era intenso y no creyeron poder cavar un túnel con tanta nieve, así que decidieron esperar. Pasaron los días, seguían rodeados de nieve, y ya no tenían comida. Duretas aguantaba bastante bien, pero el bueno de Augustito, privado de sus baños, su comida y su abrigo, estaba a punto de perder el control. Era un tipo culto, que había estudiado mucho, y sabía que no aguantarían más de 3 días sin comida, los mismos que habían calculado que necesitaban para cavar el túnel a través de la nieve, así que no les quedaba otro remedio que lanzarse a cavar.

Pero en cuanto tocó la fría nieve, Augustito dio media vuelta. No podía con aquel frío, ni con tanta hambre y ni siquiera sabiendo que estaba a punto de morir! Duretas, sin embargo, lo aguantaba bastante bien, y comenzó a cavar, al tiempo que animaba a su compañero a hacer lo mismo. Pero Augustito estaba paralizado, no podía aguantar tan terribles condiciones, y ni siquiera podía pensar con claridad. Y entonces vio a Duretas, "aquel bruto", y comprendió que era mucho más sabio de lo que parecía, pues en lugar de hacer como él, se había acostumbrado a hacer las cosas porque quería, y no sólo las más apetecibles de cada momento. Y podía mandar cavar a sus patitas sin importar que estuvieran moradas por el frío, algo imposible para él mismo, por mucho que lo desease. Y con esos pensamientos, y una lágrima de impotencia, se echó sobre el calentito montón de plumas que le servía de cama, dispuesto a dejarse morir.

Cuando abrió los ojos, creyó estar en el cielo, pues la cara de un angelito le estaba sonriendo. Pero con gran alegría comprobó que sólo era la enfermera, quien le contó que llevaban días curándole, desde que un valiente había llegado allí con las cuatro patas congeladas, y les había indicado cómo encontrarle antes de caer sin fuerzas. Cuando Augustito corrió a agradecer a Duretas su ayuda, le encontró en pie, muy recuperado. Había perdido varios dedos y una oreja, pero se le veía alegre. Augustito se sentía muy culpable, pues él estaba entero, pero el bruto de Duretas le respondió:

- No te preocupes, si no fuera por esos dedos y esa oreja, yo tampoco estaría aquí. ¡No han podido tener mejor uso!

Por supuesto, siguieron siendo grandes amigos, pero Augustito ya nunca pensó en Duretas como un bruto, y junto a él, se propuso recuperar el control de su calentito y caprichoso cuerpecito, renunciando cada día a una de esas innecesarias comodidades de la vida moderna.

Cuento: El comerciante sin suerte


Había una vez un comerciante que después de unos malos negocios, se lamentaba de su mala suerte. Un viajero que pasaba por allí le preguntó qué le apenaba, y al oír que era un hombre con muy mala suerte, abrió el saco que llevaba y sacó un extraño artilugio, formado por dos vasos de cristal unidos por la mitad, decorados con extraños dibujos, uno verde y otro rojo, en cada uno de los cuales había unas raras semillas del mismo color que su vaso.

- Pues precisamente has tenido mucha suerte al encontrarme -dijo el hombre-. Esto es justo lo que necesitas: unas vasijas de la suerte.

Y ante el asombro del mercader, le explicó que aquellas semillas eran las semillas de la suerte; las de la buena suerte, las verdes, y las de la mala suerte, las rojas. Nunca podían separarse las vasijas, y cuando alguna de ellas se llenaba, provocaba múltiples sucesos de buena o mala suerte, según se hubieran desbordado unas semillas u otras.

El comerciante, ilusionado, agradeció el regalo, sin llegar apenas a escuchar las últimas palabras del viajero, advirtiéndole lo difícil que era utilizar aquellas vasijas. Esperanzado, examinó con cuidado las semillas verdes, las de la buena suerte. Aunque no le eran familiares, estaba seguro de poder encontrar alguien a quien comprarle varias vasijas, así que cubrió la boca del tarro con sumo cuidado, evitando que se pudieran caer por descuido.

Luego miró las semillas rojas, y pensó que la forma más segura de evitar que se llenara el vaso rojo era vaciarlo allí mismo; así lo hizo y siguió su camino. Poco después, se cruzó con una mujer que al ver sus vasijas debió reconocerlas, porque corrió a pedirle un buen puñado de semillas. El comerciante se negó rotundamente, y la mujer se fue maldiciendo entre dientes. "Qué quiere que haga", pensó apesadumbrado ,"no puedo renunciar a mi buena suerte", y siguió su camino, donde volvió a tener más encuentros similares.

Según pasaba el tiempo, el comerciante descubrió que el vaso rojo se llenaba solo. Le pareció más o menos lógico, porque si no las vasijas no tendrían mucha gracia, así que cada poco tiempo se paraba a vaciarlo y seguía su camino.

Pero llegó un momento en que el vaso se llenaba tan rápido, que casi no podía vaciarlo, y finalmente, se desbordó.

"Buena la he hecho", pensó el mercader, "lo único que me falta es otro montón de mala suerte". Entonces miró a lo largo del camino, y vio que las semillas que había ido arrojando se habían convertido en plantas malignas que acabaron con los sembrados y los pastos de toda la zona. Los aldeanos del lugar al verlo, buscaron enfurecidos al culpable, y el mercader casi había conseguido librarse cuando la mujer con la que no compartió sus semillas verdes le delató, y el hombre huyó corriendo del pueblo entre golpes y porrazos.

Ése sólo fue el principio de la multitud de desgracias que le tocó sufrir al mercader. Realmente, las vasijas tenían mucho poder y todo se volvió en su contra. En sólo 3 días trató de librarse de las vasijas cien veces, pero como aquello no terminó con su mala suerte, tuvo que volver por ellas y buscar la forma de llenar el vaso verde, y de no dejar caer ni una semilla roja más. Así que cambió la tapa del tarro verde al rojo, para descubrir con horror que la mayor parte de las semillas verdes habían desaparecido...

Y mientras lamentaba su mala fortuna, se detuvo a mirar los dibujos de las vasijas. Eran como unas instrucciones, en las que siempre se veía el vaso rojo cerrado y el verde totalmente abierto, y parecía que cualquiera pudiera tomar cuantas semillas verdes quisiera.

Decidió seguir su viaje de esa forma, y al encontrarse con un hombre que le pidió algunas de sus semillas, esta vez le dejó servirse libremente. Y su suerte cambió, porque en ese instante aparecieron los aldeanos que aún le perseguían, pero su nuevo amigo le ayudó a escapar, y les dirigió en dirección contraria. Cosas parecidas volvieron a ocurrir con muchos otros que encontró en el camino, hasta que el comerciante comprobó que en lugar de vaciarse, cada vez que regalaba las semillas verdes el vaso se llenaba más, hasta que tras ofrecer semillas a todo el mundo, el vaso llegó a desbordarse

Y efectivamente, la buena suerte se quedó con él y comenzaron a ocurrirle cosas maravillosas; uno de aquellos a quienes había ayudado resultó ser un hombre muy rico, que agradecido le llenó de lujos y regalos; otros le consideraban tan bueno que le propusieron para alcalde, y así una y otra vez.

Algún tiempo después el mercader se cruzó con aquel viajero que le entregó las vasijas. Después de saludarse, le contó todas sus aventuras y le dio miles de gracias. Pero antes de despedirse, le preguntó:

- ¿Por qué me diste las vasijas de la suerte? ¿Es que ya no querías tener buena suerte?

Y el hombre, riendo con fuerza, respondió:

- ¡No me digas que aún las tienes! ¡Pero si no hacen falta para nada!... la magia de las vasijas es muy tonta: sólo hace crecer o disminuir unas estúpidas semillas venenosas y comestibles, pero no tiene ningún efecto sobre la suerte. He oído que las inventó un aprendiz de brujo muy torpe .

- ¿Cómo? -exclamó sorprendido el mercader.

- Claro que no. Creo que fue un viejo maestro quien las encontró y se dio cuenta de que serían geniales para enseñar a usar la suerte: guárdate lo malo para tí, y comparte lo bueno con los demás. Y en verdad que es la única forma de atraer la buena suerte y evitar la mala, ¡y vaya si funciona!...

Cuando repartiste tu mala suerte, tratando de conservar para ti la buena, te aseguraste de que nadie quisiera compartir las cosas buenas contigo, sólo las malas. Las semillas no tuvieron nada que ver en eso, fueron tus obras. ¿lo entiendes ahora?

¡Vaya si lo había entendido!. Y mientras el viajero se alejaba el mercader, con las vasijas en la mano, miró a los habitantes del pueblo, buscando entre todos ellos quien más necesitara aprender a utilizar la buena suerte.

Cuento: Adalina, un hada sin alas


Adalina no era un hada normal. Nadie sabía por qué, pero no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Como era tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No sólo no podía volar, sino que apenas tenía poderes mágicos, pues la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas de cristal. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.

Pero cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron que pudiera ser una buena reina con tal discapacidad. Tanto protestaron y discutieron, que Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba en la que tendría que demostrar a todos las maravillas que podía hacer.

La pequeña hada se entristeció muchísimo. ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernitas? Pero mientras Adalina trataba de imaginar algo que pudiera sorprender al resto de las hadas, sentada sobre una piedra junto al río, la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.

- Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.

- ¡Claro que sí! - respondió la ardilla- Dinos, ¿qué harías para sorprender a esas hadas tontorronas?

- Ufff.... si pudiera, me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O... también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza... Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla...

- ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.

Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque

Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.

Cuento: Juanija Lagartija


Juanija Lagartija vivía entre unas piedras en el campo. Como a todas las lagartijas, le encantaba tomar tranquilamente el sol sobre una gran roca plana. Allí se quedaba tan a gustito, que más de una vez había llegado a dormirse, y eso fue lo que pasó el día que perdió su rabito: unos niños la atraparon, y Juanija sólo pudo soltarse perdiendo su rabo y corriendo a esconderse. Asustada oyó como aquellos niños reían al ver cómo seguía moviéndose el rabito sin la lagartija, y terminaban tirándolo al campo después de un ratito. La lagartija comenzó entonces a buscarlo por toda la zona, dispuesta a recuperarlo como fuera para volver a colocarlo en su sitio. Pero aquel campo era muy grande, y por mucho que buscaba, no encontraba ni rastro de su rabito. Juanija dejó todo para poder buscarlo, olvidando su casa, sus juegos y sus amigos, pero pasaban los días y los meses, y Juanija seguía buscando, preguntando a cuantos encontraba en su camino.

Un día, uno de aquellos a quienes preguntó respondió extrañado "¿Y para qué quieres tener dos rabos?". Juanija se dio la vuelta y descubrió que después de tanto tiempo le había crecido un nuevo rabito, incluso más fuerte y divertido que el anterior. Entonces comprendió que había sido una tontería dedicar tanto tiempo a lo que ya no tenía remedio, y decidió darse la vuelta y volver a casa.

Pero de vuelta a sus rocas, precisamente encontró su rabito al lado del camino. Estaba seco y polvoriento, y tenía un aspecto muy feo. Alegre, después de haber dedicado tanto tiempo a buscarlo, Juanija cargó con él y siguió su camino. Se cruzó entonces con un sapo, que sorprendido le dijo:

- ¿Por qué cargas con un rabo tan horrible y viejo, teniendo uno tan bonito?

- He estado meses buscándolo - respondió la lagartija.

- ¿De verdad has estado meses buscando algo tan feo y sucio? -siguió el sapo.

- Bueno - se, excusó Juanija- antes no era tan feo..

- Mmm, pero ahora sí lo es, ¿no?... ¡qué raras sois las lagartijas! -dijo el sapo antes de largarse dando saltos

El sapo tenía razón. Juanija seguía pensando en su rabito como si fuera el de siempre, pero la verdad es que ahora daba un poco de asco. Entonces la lagartija comprendió todo, y decidió dejarlo allí abandonado, dejando con él todas sus preocupaciones del pasado; y sólo se llevó de allí un montón de ilusiones para el futuro.

Cuento: El barrio de los artistas


Miki era un chico alegre, optimista y simpático. Nadie recordaba haberle visto enfadar, y daba igual lo que le dijeran, parecía incapaz de insultar a nadie. Hasta sus maestros se admiraban de su buena disposición para todo, y era tan extraño que incluso se corrió el rumor de que era debido a un secreto especial; y bastó que fuera secreto para que nadie pensara en otra cosa. Tanto preguntaban al pobre Miki, que una tarde invitó a merendar a don José Antonio, su profesor favorito. Al terminar, le animó a ver su habitación, y al abrir la puerta, el maestro quedó como paralizado, al tiempo que una gran sonrisa se dibujaba en su rostro.

¡La enorme pared del fondo era un único collage de miles de colores y formas que inundaba toda la habitación!. Era el decorado más bonito que había visto nunca

- Algunos en el cole creen que yo nunca pienso mal de nadie -comenzó a explicar Miki-, ni que nada me molesta o que nunca quiera insultar a nadie, pero es mentira. A mí me pasa como a todo el mundo. Y antes me enfadaba mucho más que ningún niño. Sin embargo, hace años con ayuda de mis padres comencé un pequeño collage especial: en él podía utilizar todo tipo de materiales y colores, siempre que con cada pequeña pieza pudiera añadir algún mal pensamiento o acción que hubiera sabido contener.

Era verdad. El maestro se acercó y en cada una de las pequeñas piezas se podía leer en letras finísimas "tonto", "bruto", "pesado", "aburrido" y otras mil cosas negativas.

- Así que comencé a convertir todos mis malos momentos en una oportunidad de ampliar mi collage. Ahora estoy tan entusiasmado con él, que cada vez que alguien me provoca un enfado no dejo de alegrarme por tener una nueva pieza para mi dibujo.

De muchas cosas más hablaron aquel día, pero lo que el buen maestro no olvidó nunca fue cómo un simple niño le había mostrado que el secreto de un carácter alegre y optimista está en convertir los malos momentos en una oportunidad de sonreír. Sin decírselo a nadie, aquel mismo día comenzó su propio collage, y tanto recomendó aquel secreto a sus alumnos, que años después llamaron a aquel barrio de la ciudad, "El barrio de los artistas" porque cada casa contenía las magníficas obras de arte de aquellos niños optimistas.

Cuento: Las princesas del lago


Había una vez dos bellas princesas que siendo aún pequeñas, habían sido raptadas por un rey enemigo. Éste había ordenado llevarlas a un lago perdido, y abandonarlas en una pequeña isla, donde permanecerían para siempre custodiadas por un terrible monstruo marino.

Sólo cuando el malvado rey y su corte de brujos y adivinos fueron derrotados, pudieron en aquel país descubrir que en el destino estaba escrito que llegaría el día en que un valiente príncipe liberaría a las princesas de su encierro.

Cuando el viento llevó la noticia a la isla, llenó de esperanza la vida de las princesas. La más pequeña, mucho más bella y dulce que su hermana, esperaba pacientemente a su enamorado, moldeando pequeños adornos de flores y barro, y cantando canciones de amor. La mayor, sin embargo, no se sentía a gusto esperando sin más. "Algo tendré que hacer para ayudar al príncipe a rescatarme. Que por lo menos sepa dónde estoy, o cómo es el monstruo que me vigila." Y decidida a facilitar el trabajo del príncipe, se dedicó a crear hogueras, construir torres, cavar túneles y mil cosas más. Pero el temible monstruo marino fastidiaba siempre sus planes.

Con el paso del tiempo, la hermana mayor se sentía más incómoda. Sabía que el príncipe elegiría a la pequeña, así que no tenía mucho sentido seguir esperando. Desde entonces, la joven dedicó sus esfuerzos a tratar de escapar de la isla y del monstruo, sin preocuparse por si finalmente el príncipe aparecería para salvarla o no.

Cada mañana preparaba un plan de huída diferente, que el gran monstruo siempre terminaba arruinando. Los intentos de fuga y las capturas se sucedían día tras día, y se convirtieron en una especie de juego de ingenio entre la princesa y su guardián. Cada intento de escapada era más original e ingenioso, y cada forma de descubrirlo más sutil y sorprendente. Ponían tanto empeño e imaginación en sus planes, que al acabar el juego pasaban horas comentando amistosamente cómo habían preparado su estrategia. Y al salir la luna, se despedían hasta el día siguiente y el monstruo volvía a las profundidades del lago.Un día, el monstruo despidió a la princesa diciendo:

- Mañana te dejaré marchar. Eres una joven lista y valiente. No mereces seguir atrapada.

Pero a la mañana siguiente la princesa no intentó escapar. Se quedó sentada junto a la orilla, esperando a que apareciera el monstruo.

- ¿Por qué no te has marchado?

- No quería dejarte aquí solo. Es verdad que das bastante miedo, y eres enorme, pero tú también eres listo y mereces algo más que vigilar princesas.

¿Por qué no vienes conmigo?

- No puedo- respondió con gran pena el monstruo-. No puedo separarme de la isla, pues a ella me ata una gran cadena. Tienes que irte sola.

La joven se acercó a la horrible fiera y la abrazó con todas sus fuerzas. Tan fuerte lo hizo, que el animal explotó en mil pedazos. Y de entre tantos pedacitos, surgió un joven risueño y delgaducho, pero con esa misma mirada inteligente que tenía su amigo el monstruo.Así descubrieron las princesas a su príncipe salvador, quien había estado con ellas desde el principio, sin saber que para que pudiera salvarlas antes debían liberarlo a él. Algo que sólo había llegado a ocurrir gracias al ánimo y la actitud de la hermana mayor.

Y el joven príncipe, que era listo, no tuvo ninguna duda para elegir con qué princesa casarse, dejando a la hermana pequeña con sus cantos, su belleza y su dulzura... y buscando algún príncipe tontorrón que quisiera a una chica con tan poca iniciativa.

Cuento: Cuento, papel y pluma

En una pequeña ciudad hubo una vez un cuento vacío. Tenía un aspecto excelente, y una decoración impresionante, pero todas sus hojas estaban en blanco. Niños y mayores lo miraban con ilusión, pero al descubrir que no guardaba historia alguna, lo abandonaban en cualquier lugar.

No muy lejos de allí, un precioso tintero seguía lleno de tinta desde que hacía ya años su dueño lo dejara olvidado en una esquina. Tintero y cuento lamentaban su mala suerte, y en eso gastaban sus días.


Quiso el azar que una de las veces que el cuento fue abandonado, acabara junto al tintero. Ambos compartieron sus desgracias durante días y días, y así hubieran seguido años, de no haber caído a su lado una elegante pluma de cisne, que en un descuido se había soltado en pleno vuelo. Aquella era la primera vez que la pluma se sentía sola y abandonada, y lloró profundamente, acompañada por el cuento y el tintero, que se sumaron a sus quejas con la facilidad de quien llevaba años lamentándose día tras día.

Pero al contrario que sus compañeros, la pluma se cansó enseguida de llorar, y quiso cambiar la situación. Al dejar sus quejas y secarse las lágrimas, vio claramente cómo los tres podían hacer juntos mucho más que sufrir juntos, y convenció a sus amigos para escribir una historia. El cuento puso sus mejores hojas, la tinta no se derramó ni un poco, y la pluma puso montones de ingenio y caligrafía para conseguir una preciosa historia de tres amigos que se ayudaban para mejorar sus vidas.

Un joven maestro que pasaba por allí triste y cabizbajo, pensando cómo conseguir la atención de sus alumnos, descubrió el cuento y sus amigos. Al leerlo, quedó encantado con aquella historia, y recogiendo a los tres artistas, siguió su camino a la escuela. Allí contó la historia a sus alumnos, y todos se mostraron atentos y encantados.

Desde entonces, cada noche, pluma, tintero y cuento se unían para escribir una nueva historia para el joven profesor, y se sentían orgullosos y alegres de haber sabido cambiar su suerte gracias a su esfuerzo y colaboración.

Cuento: Lagrimita Joe


Lagrimita Joe era un niño con una habilidad especial: podía ponerse a llorar en menos de un segundo. Si algo no le gustaba, o le resultaba difícil, o si alguien le contrariaba, Lagrimita Joe no tardaba en poner cara de pena y mostrar grandes lagrimones rodando por sus mejillas. Así conseguía prácticamente todo lo que quería, porque no había quien resistiera la pena que daba su carita llena de lágrimas.

Pero un día, Lagrimita Joe conoció a Pipo. Se lo encontró pidiendo unas monedas a cambio de ayudar en lo que fuera a las personas que caminaban por la calle. Pipo era muy pobre, y no tenía casa ni familia, así que se ganaba la vida como podía. Sin embargo, siempre mostraba una gran sonrisa de oreja a oreja.

A Joe le cayó simpático aquel niño, así que decidió echarle una mano para conseguir algo de dinero. Se acercó al lugar en que estaba Pipo, se quitó el sombrero, lo puso junto a sus zapatos, y comenzó a llorar poniendo su penosísima cara de pena.

¡Menudo éxito! En unos pocos minutos, el sombrero de Lagrimita Joe estuvo lleno de monedas y golosinas. Pero cuando se lo ofreció a Pipo, éste lo rechazó.

- Prefiero merecerme lo que tengo- respondió con su habitual sonrisa-. Es mucho más divertido esforzarse por conseguir las cosas. ¿Sabes? Hoy he bañado a un perro, he recogido cientos de clavos con un imán, he ordenado un armario de pinturas, he acompañado a una señora ciega por el parque... puede que no haya conseguido todo lo que quería, pero he hecho muchas cosas interesantes ¿Y tú? ¿te lo has pasado bien?

Lagrimita Joe no contestó, y se marchó triste. Había conseguido todo lo que quería, pero no había hecho prácticamente nada interesante en todo el día. Ni siquiera se lo había pasado bien: casi todo el tiempo había estado llorando.

Aquella tarde, ya en su casa, Joe pidió cenar un riquísimo pastel. Cuando su mamá le dijo que no, trató de echarse a llorar, pero al recordar al alegre Pipo y ver su propia cara de pena reflejada en el espejo, no pudo hacerlo. ¿Cómo desaprovechar aquella ocasión de hacer algo interesante? Así que trató de conseguir el pastel de otra forma. Y para sorpresa y alegría de sus padres, dedicó toda la tarde a ayudar a su mamá a ordenar y etiquetar la despensa, a regar las plantas y a colocar los libros de la biblioteca. Sin embargo, al final no hubo pastel. Pero tampoco fue tan terrible, pues Joe descubrió que había sido mucho más divertido hacer todas aquellas cosas que haber pasado la tarde llorando sólo para conseguir cenar un pastel que ni siquiera se habría merecido.

Cuento: La báscula de las cosquillas


Cierto día en la selva apareció una báscula, de esas que se utilizan para medir el peso. Los animales jugaron con ella durante algún tiempo, hasta que un papagayo que había escapado de un zoológico les explicó cómo funcionaba, y todos por turno fueron pesándose. Al principio todo era un juego, cada animal veía cuánto engordaba o adelgazaba cada día, pero pronto muchos comenzaron a obsesionarse con su peso, y cada mañana lo primero que hacían era correr a la báscula, pesarse, y poner muy mala cara el resto del día, porque marcara lo que marcara la balanza, siempre pesaban lo mismo: "más de lo que querían". Según pasaron los meses la báscula comenzó a sufrir las iras de los animales, que le regalaban pataditas y malas miradas cada día, hasta que un día decidió que a la mañana siguiente las cosas cambiarían. Aquella mañana la primera en correr a pesarse fue la cebra. Pero en cuanto se subió a la báscula, ésta comenzó a hacerle cosquillas en sus pezuñas descalzas. Pronto encontró el punto justo, y la cebra no dejó de reír a carcajadas. Aquello le pareció tan divertido, que ese día ni se preocupó de su peso, y se marchó alegremente a tomar su desayuno por primera vez en mucho tiempo. Lo mismo ocurrió con cuantos fueron a pesarse ese día, y el siguiente, y el siguiente... de forma que en poco tiempo nadie estaba ya preocupado por su peso, sino por comentar lo divertidas y simpáticas que eran aquella balanza y sus cosquillas.

Con los meses y los años, la báscula dejó de marcar el peso para marcar el buen humor y el optimismo, y todos descubrieron con alegría que esa era una forma mucho mejor de medir la belleza y el valor de las personas, de modo que en aquella selva nunca más hubo nadie preocupado por aquella medida anticuada y pasada de moda que llamaban kilo.

Cuentos: La cabeza de colores


Esta es la increíble historia de un niño muy singular. Siempre quería aquello que no tenía: los juguetes de sus compañeros, la ropa de sus primos, los libros de sus papás... y llegó a ser tan envidioso, que hasta los pelos de su cabeza eran envidiosos. Un día resultó que uno de los pelos de la coronilla despertó de color verde, y los demás pelos, al verlo tan especial, sintieron tanta envidia que todos ellos terminaron de color verde. Al día siguiente, uno de los pelos de la frente se manchó de azul, y al verlo, nuevamente todos los demás pelos acabaron azules. Y así, un día y otro, el pelo del niño cambiaba de color, llevado por la envidia que sentían todos sus pelos.

A todo el mundo le encantaba su pelo de colores, menos a él mismo, que tenía tanta envidia que quería tener el pelo como los demás niños. Y un día, estaba tan enfadado por ello, que se tiró de los pelos con rabia. Un pelo delgadito no pudo aguantar el tirón y se soltó, cayendo hacia al suelo en un suave vuelo... y entonces, los demás pelos, sintiendo envidia, se soltaron también, y en un minuto el niño se había quedado calvo, y su cara de sorpresa parecía un chiste malo.

Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido resultado de su envidia, y decidió que a partir de entonces trataría de disfrutar de lo que tenía sin fijarse en lo de los demás. Tratando de disfrutar lo que tenía, se encontró con su cabeza lisa y brillante, sin un solo pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo particular.

Desde aquel día comenzó a pintar hermosos cuadros de colores en su calva cabeza, que gustaron tantísimo a todos, que con el tiempo se convirtió en un original artista famoso en el mundo entero.

Cuentos: Fionina y Pionina, las hadas tímidas


Cuando viajas al país de las hadas y preguntas quién ha sido el hada más bella de la historia, todos responden sin dudarlo que Pionina. Todos, menos la propia Pionina, que mueve la cabeza y piensa en silencio en su hermana Fiorina

Nadie la ha conocido aún, pero Fiorina era claramente la más bella de las dos hermanas. Ambas nacieron de una misma gota de rocío grande y perfecta, y compartieron su vida dentro de una misma flor durante años. Y es que eran tan tímidas, que ni siquiera se atrevían a salir al mundo. Como no conocían otras hadas, se preguntaban si serían bellas o feas, listas o tontas, afortunadas o desgraciadas. Y tanto y tan a menudo lo pensaban, que terminaron estando convencidas de lo feas, tontas y desgraciadas que eran, de modo que no se atrevían a abandonar su confortable florecilla, y se dedicaban a lamentar su desgracia. ¿Cómo iban a presentarse al mundo siendo tan desastrosas? ¿Qué les dirían los demás? ¿Y si las rechazaban o se reían de ellas?

Hasta que un día, Pionina consiguió reunir el valor suficiente para salir de la flor. "No tengo la culpa de ser tan horrorosa", se dijo, "trataré de ser amable y alegre, así puede que perdonen mis defectos", pensaba ya decidida a salir. Pionina trató por todos los medios de conseguir que su hermana fuera con ella, pero Fiorina no se sentía capaz de superar su timidez, y aunque se moría de ganas por salir, decidió quedarse tranquila en la flor...

Cuando Pionina abandonó su flor y comenzó sus acrobáticos vuelos, un brillo especial envolvió el inmenso campo de flores del que formaba parte su casa. Al ver aquella luz, cientos de hadas salieron de sus flores para verla, y todas y cada una contemplaron admiradas la más bella hada que nunca hubieran conocido. Se armó un enorme revuelo alrededor de Pionina, y en unos minutos se convirtió en la más famosa de las hadas por su belleza, inteligencia y fortuna.

Pionina corrió a avisar a su hermana de lo equivocadas que habían estado durante años, pero no supo regresar a su flor. En aquel campo había tantos cientos de miles de flores tan iguales, que Pionina no podía distinguir dónde había vivido. Buscó y buscó, pero no consiguió dar con Fiorina.

Y allí sigue Fiorina, escondida en su flor, llena de miedo, pensando que podría ser la más horrible de las hadas, sin saber que, si algún día se decide a salir y mostrarse tal y como es, todos verán en ella la más afortunada y bella de todas las hadas

Cuento: El niño de las mil cosquillas


Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo. Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa de cosquillas, no había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostumbrado a situaciones raras: cuando venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba desternillado de risa, porque no faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué majo". Y los días de viento eran la monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el viento movía su melena, que era bastante larga porque en la peluquería no costaba nada que se riera sin parar, pero lo de cortarle el pelo, no había quien pudiera.

Verle reir era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto Pepito empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor, empezaron a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que no se podían estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus cosquillas: llevó mil sombreros distintos, utilizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó la cabeza e incluso hizo un curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas relajándose al máximo, pero nada, era imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un chico normal, así que empezó a sentirse triste y desgraciado por ser diferente.

Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír. No le tardó mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó su problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan anciano siguiera haciendo de payaso.

- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el payaso le dijo:

- Ven, voy a enseñártelo.

Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en muchos hospitales, casas de acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de niños enfermos o sin padres, con problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer al payaso, sus caras cambiaban por completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito de risas junto al payaso lo cambiaba todo, pero aquel día fue aún más especial, porque en cada parada las cosquillas de Pepito terminaron apareciendo, y su risa contagiosa acabó con todos los niños por los suelos, muertos de risa.Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo.

- ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito.

- Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría hacerlo cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de encontrar... -dijo Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus risas.Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional, y cada día se alegraba de ser diferente, gracias a su don especial.

Cuento: El hada fea


Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y amable de las hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la estaban chillando y gritando:

- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.

Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de pequeña:

- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón especial...

Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos aullando.
 Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años.

Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.

Cuento: La rosa blanca


En un jardín de matorrales, entre hierbas y maleza, apareció como salida de la nada una rosa blanca. Era blanca como la nieve, sus pétalos parecían de terciopelo y el rocío de la mañana brillaba sobre sus hojas como cristales resplandecientes. Ella no podía verse, por eso no sabía lo bonita que era. Por ello pasó los pocos días que fue flor hasta que empezó a marchitarse sin saber que a su alrededor todos estaban pendientes de ella y de su perfección: su perfume, la suavidad de sus pétalos, su armonía. No se daba cuenta de que todo el que la veía tenía elogios hacia ella. Las malas hierbas que la envolvían estaban fascinadas con su belleza y vivían hechizadas por su aroma y elegancia.

Un día de mucho sol y calor, una muchacha paseaba por el jardín pensando cuántas cosas bonitas nos regala la madre tierra, cuando de pronto vio una rosa blanca en una parte olvidada del jardín, que empezaba a marchitarse.

–Hace días que no llueve, pensó – si se queda aquí mañana ya estará mustia. La llevaré a casa y la pondré en aquel jarrón tan bonito que me regalaron.

Y así lo hizo. Con todo su amor puso la rosa marchita en agua, en un lindo jarrón de cristal de colores, y lo acercó a la ventana.- La dejaré aquí, pensó –porque así le llegará la luz del sol. Lo que la joven no sabía es que su reflejo en la ventana mostraba a la rosa un retrato de ella misma que jamás había llegado a conocer.

-¿Esta soy yo? Pensó. Poco a poco sus hojas inclinadas hacia el suelo se fueron enderezando y miraban de nuevo hacia el sol y así, lentamente, fue recuperando su estilizada silueta. Cuando ya estuvo totalmente restablecida vio, mirándose al cristal, que era una hermosa flor, y pensó: ¡¡Vaya!! Hasta ahora no me he dado cuenta de quién era, ¿cómo he podido estar tan ciega?

La rosa descubrió que había pasado sus días sin apreciar su belleza. Sin mirarse bien a sí misma para saber quién era en realidad. Si quieres saber quién eres de verdad, olvida lo que ves a tu alrededor y mira siempre en tu corazón.

Cuento: La extraña pajarería


El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una tienda de pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban sueltas por cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban de sus colores y de sus cantos. Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la trastienda.

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente conservados. El señor Pajarian llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a moverse; no tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor.

Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del señor Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién nacidos: "¡Ay, miserables pollos cantores... ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo cantaréis aquí en la tienda!"- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los ruiseñores y los introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que sólo podían moverse hacia adelante.

A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los petirrojos, más creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se pusieron a intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a pocos centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la cabeza y caían sobre la mesa. "¿Veis los que os dije?" -repetía- " sólo sois unos pobres pollos que no pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar"...

El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los mayores. El pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se notaba que estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una lagrimita pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó allí escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.

Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. "¡Claro que podéis volar! ¡Sois pájaros! ¡ Y sois estupendos! ", decía una y otra vez. Pero sólo recibió miradas tristes y resignadas, y algún que otro bello canto. Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a esconderse para animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les silbaba, y les enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores "¡Ánimo, pequeños, seguro que podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!", seguía diciendo.

Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de que él no podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo... ¡Aquella misma noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la mañana siguiente, la tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan sólo unos minutos: los que tardaron los pajarillos en escapar de allí.

Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y que sus agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos cada vez que el niño se sintió triste o desgraciado.

Cuento: El despertar de pesadillo

Ogro Mogro, Gigantón y Abominable llevaban cientos de años encerrados en la cárcel de los monstruos. Habían entrado allí voluntariamente, después de darse cuenta de que asustar a los niños no era una buena forma de ganarse la vida. Desde entonces, los tres andaban tristes y solitarios; no sabían hacer otra cosa que asustar, así que carecían de ilusiones y pensaban que no servían para nada. Ya habían cumplido sus condenas varias veces, pero cuando les decían que podían marchar, respondían que a dónde iban a ir, si sólo sabían asustar... Pero todo cambió el día que encerraron a Pesadillo. Pesadillo era un monstruo chiquitajo, que asustaba más bien poco y se pasaba todo el día durmiendo, pero era realmente muy divertido. Contaba cientos de historias de cómo había cambiado los sueños de la gente para que fuesen más divertidos, y de cómo casi siempre sus cambios salían tan mal que acababan asustando a cualquiera. A Ogro Mogro y sus amigos les encantaban sus historias, pero había que esperar a que el dormilón de Pesadillo se levantase para escucharle. Y no era nada fácil, porque parecía que ni un terremoto era capaz de despertarle.

Hasta que un día, los tres monstruos juntaron sus más terrofícos gritos. Pesadillo dio un bote en la cama y se despertó al instante. Les miró con los ojos muy abiertos, pero no parecía estar asustado, ni enfadado; más bien parecía estar contento:

- ¡Genial!- dijo- siempre he querido levantarme temprano. El día se aprovecha mucho más. ¿sabéis? deberíais hacer de despertadores, sé de muchos dormilones que os lo agradecerían.

Los tres monstruos se sintieron felices al oír aquellas palabras; servían para algo! Después de tantísimos años, resulta que podían hacer más cosas de las que habían creído, y sin asustar ni molestar a los niños.

Ese mismo día abandonaron la cárcel dispuestos a crear su primer despertador. Y así, los tres monstruos se hicieron famosísimos con su negocio para dormilones, muy contentos de haber comprendido que siempre hay algo genial que podemos hacer, pero que a veces, está por descubrir.

La leyenda del río Hablador


Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en la cima celestial el dios Sol, conocido también como Inti. Un joven de gran postura y sumamente bondadoso llamado Rímac, de cuando en cuando bajaba al mundo de los humanos a contarles bellas historias, por lo que era muy querido y reverenciado.

Un día, acompañado de los demás dioses, miraba hacia la tierra por las ventanas del palacio dorado, cuando vio que los llanos junto al mar eran azotados por una grave sequía; las hierbas, las flores y los árboles se marchitaban y los hombres y animales morían de sed.

 Los dioses se alarmaron y acudieron al dios Inti, su padre, a pedirle que librase a los hombres de la costa de aquella horrenda sequía. Pero el Inti les dijo que era imposible, pues según las leyes celestiales sólo sacrificando a uno de ellos en el altar de fuego podrían conseguir agua. Los dioses callaron. Sin embargo, ante la sorpresa de todos, Chaclla, la más bella y virtuosa de las hijas del Sol, poniéndose delante de su padre, se ofreció valientemente ante el sacrificio.
Rímac, que adoraba a su hermana, se arrodilló implorante y pidió a Inti que lo sacrificase a él en vez de ella, pero Chaclla, agradeciendo su gesto, no aceptó aduciendo que los hombres echarían de menos las bellas historias que aquél sabía contarles.

Pero Rímac insistió, y finalmente a ruego de ambos y ante la resignación de Inti, los dos se dirigieron al altar de fuego para el sacrificio.

El dios Sol pudo así hacer llover la tierra. Agradeciendo a los cielos, los yungas, así llamados los antiguos hombres de la costa, recibieron jubilosos el agua.

Rímac y Chaclla, envueltos en infinidad de gotas, caían sobre las montañas cercanas al gran valle de Lima; y, convertidos en un tormentoso río, corrían, jugando y riendo, hacia el mar. Una vez allí, elevándose en forma de nubes, persiguiéndose llegaban al cielo para vaciarse de nuevo.

Eso duró sólo cuarenta noches, al cabo de los cuales Chaclla fue convertida para siempre en lluvia, y Rímac en el más bullicioso río de la costa peruana.

Cuenta la leyenda que quienes suelen sentarse a orillas del río Rímac y se ponen a escuchar con atención, perciben claramente en el murmullo de sus aguas como se disuelve en una voz humana que cuenta bellísimas historias de este y de antiguos tiempos, por eso se le llama “río Hablador”. Seamos amigos, conóceme y será tuyo mi saber; cuidemos la naturaleza y el agua que es fuente de vida y alegría en el mundo.

La leyenda del lago Titicaca



El gran lago Titicaca, de aguas dulces, el más grande de Sudamérica, a cuatro mil metros de altura en el altiplano, ubicado entre Bolivia y Perú, era para los incas un lugar sagrado, pues creían que allí habían bajado los primeros Hijos del Sol.

 Cuenta la leyenda (se pone emocionante…jajajaja) que en esa meseta estaba construida una gran ciudad, tan rica y poderosa que sus pobladores se creían que todo el mundo debía mostrar sumisión antes ellos (pero qué creídos...).

 Un día llegaron a ellos un grupo de andrajosos indios a quienes despreciaron y pedían que se fueran. Estos indios andrajosos les profetizaron la destrucción de la ciudad a causa de terremotos, el agua y el fuego.

 Los pobladores de la ciudad se burlaron de estas predicciones y los expulsaron a golpes. Sin embargo, los sacerdotes quedaron preocupados. Algunos hasta se fueron de la ciudad y se radicaron en el templo de la colina.
 La gente de la ciudad se burló también de ellos. Llegó un día en que el cielo y la tierra se hallaron bañados por una luz roja que despedía una nube. Luego se escuchó un relámpago y un tremendo trueno.

La tierra se abrió. Quedaron edificios de piedra en pie, pero comenzó a caer una lluvia roja, la tierra volvió a abrirse y uno a uno fueron cayendo las fuertes construcciones; los canales de riego se destruyeron, los ríos se desbordaron e inundaron lo poco que quedaba de la ciudad, cuyos habitantes eran tan arrogantes y orgullosos.

 Las aguas cubrieron todo, y desde ese momento se formó un gran lago sobre lo que fue la admirada y jactanciosa ciudad (pobrecitos…. ). Así se formó el lago Titicaca.

Sólo se salvaron los sacerdotes, pues ni las aguas pudieron arrasar el templo de la colina; el lugar quedó como una isla, que hoy se llama la Isla del Sol. También se salvaron los indios harapientos que observaban preocupados, desde un lugar alto, la gran destrucción de la bella ciudad. De ellos nacieron los callawayas, que viven en el altiplano y son los curanderos de grandes habilidades

La laguna de Choclococha


Cuentan los lugareños que hace muchos años, un hombre adinerado que vivía con su familia a las afueras del pueblo, festejó su cumpleaños a lo grande para todos los invitados. La comida era abundante y el licor también.

Al día siguiente se sintió el golpe de la puerta: toc, toc, toc. Al abrirla, el hombre adinerado se dio con la sorpresa de un viejo sucio, pobre y mal oliente. Entonces, con la voz alterada, le dijo:

— ¡Qué quieres, viejo sucio! ¡Lárgate, vete de aquí!

El viejito dijo: –déme comida por favor, no he comido en días y sé que ayer hubo un gran festín, algo de sobra tendrá.

— Sí, algo de sobra hay, pero es para mis animales, dijo el hombre adinerado y seguidamente dio media vuelta y cerró la puerta, dejando al viejito entristecido.

Después de caminar por largas horas bajo el fuerte sol ardiente y buscando alimento para poder satisfacer el fuerte ruido de sus intestinos, se encontró con una familia que partía del pueblo rumbo a las chacras (tierras de cultivo). Al verlos le volvió la esperanza de conseguir alimento alguno, y desesperadamente gritó:

— ¡Espérenme, por favor! E inmediatamente aceleró el paso y todo agitado les pidió comida.

La familia se encontraba alejada de su vivienda, pero ante la súplica del viejito y su noble corazón, decidieron retornar a su hogar.

Allí le ofrecieron grandes potajes y algo de beber, pero sorprendentemente el viejito se negó a probar alimento alguno y solamente se limitó a pedir una flor de su verdoso jardín.

Según la leyenda, ese viejito era el espíritu del agua que vino a probar la AMABILIDAD y GENTILEZA de la gente del pueblo.

El viejito advirtió a la familia que muy pronto se escucharía un ruido intenso y sorprendente y cuando ese momento llegue, no deberán voltear a mirar qué pasa, sólo seguirán su camino.

Según los ancianos que cuentan esta leyenda así fueron que ocurrieron los hechos. Un cierto día se escuchó el fuerte ruido y la familia que amablemente trató al viejito lo escuchó, pero ya advertidos no voltearon y continuaron su camino hacia la chacra, quedando ellos a salvo. Sin embargo, el hombre adinerado y su familia, curiosamente salieron de su hacienda y presenciaron tal suceso.

El pueblo se convirtió en una gran laguna, y ellos quedaron momificados en piedras. Es por eso que en la actualidad, alrededor de esta laguna se encuentran grandes piedras que, como se dice, es la familia del hombre adinerado y hoy en día nuestro departamento de Ica se beneficia con sus aguas en tiempo de sequía.

La familia del agua en el altiplano puneño




Esta leyenda es una recopilación de hechos encontrados en las comunidades campesinas del sur andino. Ahora nos ocupamos del agua como elemento principal y fuente de vida. A su vez sobre el agua se tejen legendarias y hermosas historias y nosotros presentamos una de ellas.

Se dice que desde tiempos inmemoriales la naturaleza Pachamama vive en relación con el hombre, ha sido y es la diosa reconocida por su poder sobre todas las cosas. La Pachamama está conformada por diferentes familias, en este mundo todos los seres son animados, tienen vida; la familia de cerros, de plantas, de las aves, de las personas, y una de ellas es la familia del agua.

Cuentan que el Tayta granizo, es el papá del agua, y la Mama como la madre. Esta familia tiene un poder divino sobre todas las cosas. El granizo (como podemos decir la granizada) y la lluvia originan al agua “unu”, el agua en nuestro medio significa la fecundidad de todas los seres vivos, sin agua nadie podría vivir, y con el agua crecen las plantas que brotan de la Pachamama. La familia del agua habita en los tres espacios de nuestro mundo andino (*).

El granizo vive en el Hanaq Pacha, en las nubes perpetuas; la lluvia vive en el Kay Pacha, en los ríos y lagunas; y el agua vive en el Ukhu Pacha, en el mundo adentro de donde emerge de los manantiales tiernos y cristalinos. El agua sale para formar acequias, ríos, lagunas y lagos, sale de los ojos de la Pachamama, pero si alguna vez las personas incomodan su tranquilidad o quieren sacar más agua, estos manantiales desaparecen, es que también el agua se puede enojar. No olvidemos también que el Tayta granizo ha puesto a su hijo el agua en los lugares más inhóspitos para que sea fuente de vida de toda la humanidad.

El Tayta granizo es una persona que viene cuando hay problemas en las comunidades, castigando especialmente los abortos de mujeres, las peleas de las personas, las deudas y los engaños, entonces en las comunidades donde ha caído la granizada se sabe que hay problemas, por eso las personas por miedo a él, tratan de evitar los actos negativos y no pecar más.

El Tayta granizo es una persona con la que se puede conversar y decir que no venga; a su vez, es una persona que tiene su camino, no camina por cualquier sitio, la gente evita su llegada, soplando con alcohol o golpeando con ropa negra (mayormente con pollera negra). El granizo es el que da sus mandatos sobre la tierra, los hombres y los animales. El agua, hija del granizo y la lluvia, es una persona que viene en su debido tiempo para regar las sementeras y los pastizales, pero a veces hay sequía porque el agua no viene; entonces los comuneros de la zona suben a la laguna madre (Mama qucha) del apu Quwallaki, para pedir que venga el agua.

 En la laguna madre el Yachaq o Paqu, conocedor de misterios, pide con sus plegarias para que venga el agua, interpreta el futuro augurio, ve las olas de la laguna y escoge al agua. También hay otro tipo de olas que representan a sus demás familiares, el Chikchi (granizada menuda) la tempestad y la helada. Y si el Yachaq se equivoca en escoger la ola, como castigo puede caer uno de ellos y puede malograr los cultivos y toda la vegetación.

Una vez que se trae el agua en medio de danzas y una creencia legendaria, se deposita en una chuwa (vasija de barro) y se deja a la intemperie; al ver esto viene su madre la lluvia para recuperar a su hijo el agua. Entonces el agua empieza a caer y se termina la sequía. Dicen que en otros pueblos hermanos la gente saca a las ranas para que lloren y por ellas venga el agua. Tal vez un día se vaya el agua, por los malos tratos que le damos; no la cuidamos, contaminamos los ríos y lagunas, y tal vez será difícil que el agua pura y cristalina vuelva a irradiar nuestras vidas.

La ducha del diablo y el velo de la novia




En el departamento de Ucayali, en la provincia de Padre Abad, se cuenta por las noches bajo la luna, en la casita de los cuentos, que unos españoles habían llegado para explorar la selva no muy lejos de donde vivía un brujo llamado Lucifer, quien había vendido su alma al Chuyachaqui, debido a que quería ser el dueño del mundo. Pero el Chuyachaqui le mintió.

 El brujo tenía dos preciosas hijas que habían cautivado a los exploradores por su belleza; Lucifer, al darse cuenta del amor que sentían los exploradores, fue donde ellos para darles toda la información de las riquezas que tenía la selva; además les ofreció en convertir a sus hijas en sus novias si ellos le ayudaban a vencer al Chuyachaqui por mentiroso. El plan de Lucifer era ser el dueño del mundo.

Chuyachaqui, que es el diablo guardián de la selva, que todo lo ve y todo lo siente, se preparó para la gran alianza entre el brujo y los exploradores, ahora convencidos de la fama y fortuna que les esperaba si conseguían derrotar al guardián de la selva.

Los nuevos socios prepararon una gran emboscada por los parajes de la selva, mientras que el brujo Lucifer contaba con los poderes ya concedidos del Chuyachaqui y los españoles con la poderosa dinamita. Preparados ya para el combate final, Chuyachaqui hizo aparecer en lo alto de una montaña a las dos hijas de Lucifer vestidas de novias y con más belleza de la que tenían a los espa- ñoles cautivados.

 Por su amor, los españoles empezaron a caminar hacia ellas sin hacer caso sobre las advertencias del brujo, quien les perseguía tratando de contrarrestar los hechizos de Chuyachaqui, y concentrado en querer ayudar a sus aliados, sin fijarse dónde ponía sus pies, cae en el precipicio. En ese momento tembló la tierra y en las rocas se formó la cara del diablo empezando a caer grandes cantidades de agua, convirtiéndose en una catarata mientras los españoles se dirigían donde estaban las doncellas hijas del brujo, quienes reaccionaron ante la mirada perversa de los españoles y para no ser atrapadas por ellos se tiraron al vacío formándose la otra catarata.

 Chuyachaqui, guardián de la selva y cuidador de la naturaleza, convirtió así la bondad de las doncellas en una preciosa catarata llamada El Velo de la Novia; y la otra catarata, La Ducha del Diablo, donde fluye la mejor agua cristalina de nuestra Amazonía; mientras que el brujo fue castigado por su “ambicia”.

El muky y el zorro



Cierta vez vivía en el campo un muky (duende de las minas) muy hábil. Era un personaje que le gustaba tomar mucha agua del campo, hasta que un día comió tanto que le dio mucha sed.

Conversó con un señor que encontró en el campo del pueblo campesino Huacho Sin Pescado; le suplicó que si le podía invitar un poco de agua para calmar su sed. Muy sorprendido escuchó la respuesta negativa del señor campesino.

El muky, muy molesto, se fue a buscar a otros amigos por el campo, y encontró al zorro que aceptó serlo; ante él se quejó de la gente del pueblo de Huacho Sin Pescado, porque el señor no quiso invitarle un poco de agua y le mostró egoísmo; pero, luego, se encontró con otro señor del pueblo de Curay, vecino del pueblo de Huacho Sin Pescado, con quien anduvo por el campo y compartió buena amistad, sinceridad y respaldo amplio.

— Él me dio la mano –dijo el muky– me brindó agua, pero ahora que sabes el problema, tú y yo vamos a hacer un pacto de tomarnos toda el agua. El muky y el zorro se tomaron toda el agua hasta dejar nada para Huacho Sin Pescado. Decidieron dejar el agua en la comunidad de Curay, porque la gente de ese pueblo era muy buena. Los dos, llenos de agua en la barriga, se fueron a los campos de Curay para desparramarlo en diferentes lugares de la comunidad. Se dice que desde ese momento la comunidad de Curay no ha dejado de tener agua en abundancia y muchos manantiales; y desde ese día Huacho Sin Pescado no tiene agua.

 Curay comparte su agua con este pueblo vecino, pues Huacho no tiene ríos, quebradas que tengan agua propia, sólo tiene dos riachuelos como son Quepacocha y Cuturagra, los que mayormente paran secos en los meses de verano. El muky se fue a vivir en un manglar de Curay (arbusto de Paty, árbol de la zona) y el zorro sigue viviendo libre en el campo haciendo sus t
ravesuras.

El espíritu de la madre selva y el espíritu del agua



Cuentan que cuando recién se empezaba a conquistar la selva de Madre de Dios, los misioneros de las diferentes órdenes religiosas se aventuraban a transitar por los numerosos estrechos y tortuosos senderos, llegando a lugares y/o caseríos nunca antes visitados por personas foráneas. Es en uno de estos caseríos diseminados por la selva donde los nativos –una vez que se acostumbraron a sus extraños visitantes y a su extraña lengua– refirieron el siguiente relato: “Que en tiempos muy lejanos, guardados en la memoria de la gran madre selva, existió una tribu numerosa y muy importante dirigida por un poderoso curaca, que tenía en gran veneración a los habitantes de los bosques húmedos y a los elementos que le daban vida.


Estos antiguos pobladores conocían los secretos de las plantas, especialmente las consideradas sagradas y, entre ellas, se encontraba la soga de los muertos, “Ayahuasca”. Con la ayuda de esta muy respetada liana, escudriñaban mágicamente los secretos de la selva y fue en esa tarea que el curaca se atrevió a visitar la morada de la gran madre selva porque quiso averiguar dónde se encontraban los cuerpos de tres niños ahogados en el río, cosa que realizó sin mucho esfuerzo.

También en este sueño sagrado se le reveló cómo nacieron los ríos y las grandes cochas, descubriendo que, en el principio de los tiempos, toda la selva era un gran pantano donde el agua de las lluvias se acumulaba en gran medida. Ese era el reino de la dueña del agua, el gran espíritu del agua, la gran boa madre, la cual tenía tres cabezas: con una de ellas se alimentaba, con la otra podía ver a sus antepasados que alguna vez habitaron este mundo, y con la tercera cabeza podía ver las estrellas en las noches silenciosas de esos tiempos; también pudo apreciar que los ríos y cochas fueron hechas por ella en su afán de alimentar a sus crías. Finalmente, luego de su largo viaje por el tiempo, se le dictó la siguiente sentencia: que todo ser vivo que se alimente y viva gracias al agua de los ríos y cochas creadas por el gran espíritu de la selva, debería ser respetado y protegido, de lo contrario, terribles consecuencias se desatarían, y que el hogar de la gran madre selva debería ser preservado utilizando solo aquello que era estrictamente necesario.

Dicha recomendación fue transmitida del curaca a sus congéneres, pero se dio el caso que los familiares de los niños ahogados vieron un día que una enorme boa de agua salía del río, justo en el lugar donde desaparecieron los niños. Pensando en desquitarse con algo, mas allá de sus respetables creencias, la persiguieron e hirieron mortalmente; la serpiente se arrastró como pudo barranco abajo hacia el río desapareciendo luego en sus aguas.

Por el miedo que les daban las boas, desde ese día siguieron matándolas cada vez que las veían. El curaca al enterarse del hecho presagió terribles consecuencias por la desobediencia de la Ley de la tribu de respetar a los seres que viven en la morada de la gran madre selva, ya que ella los eligió como los protectores de su reino.

Al poco tiempo, las quebradas que alimentaban al gran río se secaron y con ella los frutos de la selva, los peces y los animales que vivían en ella desaparecieron y, por ende, tuvieron que mudarse. Pero cada sitio que habitaban no les ofrecía el sustento necesario, por lo que en su gran mayoría murieron de hambre y desaparecieron. El curaca nunca más pudo hablar con la madre selva ni conocer más de sus secretos. Se dice que los descendientes de los nativos que mataron a dichas boas aún viven en la selva y siguen cometiendo el pecado original de sus padres.

Por todo ello, los misioneros tomaron muy en cuenta dichas palabras y tuvieron mucho más cuidado al visitar las demás aldeas vecinas.

Anita y el secreto del auqui




A nita era una niña pobre que vivía con su abuelita, porque sus padres habían fallecido por causa de un rayo. Desde entonces, siendo una pastorcita, vivía muy triste extrañándolos. Apenas los rayos dorados del sol alumbraron por la mañana, la pastorcita Anita tostaba su cancha que le serviría de alimento para todo el día, porque no tenía más cosas para alimentarse.

 En el pueblo, donde vivía sola con su abuelita, no llovía desde hacia varios meses atrás y la gente había migrado hacia otros pueblos. Un día Anita salió con sus ovejas hacia la puna, en busca de pasto, cuando de repente vio que algo brillaba a los lejos. Aquel brillo le llamó la atención, porque además, éste cambiaba de color, una vez era rojo, luego anaranjado, amarrillo, verde, azul, celeste, morado; era maravilloso ver cómo los colores se hacían uno a uno y luego todos juntos a la vez. Pero cuando Anita se acercaba cada vez más, los colores ya no se veían; solamente pudo observar el agua que se filtraba por un cerro, formando un riachuelo que avanzaba por un camino que se hacía angosto. Anita, dejando sus animales por un momento, siguió el curso del riachuelo y encontró una lagunita. No podía creer lo que veían sus ojos: innumerables veces había pasado cerca de allí, pero nunca se había atrevido a cruzar una entrada tan angosta. 17 Cuando tocó con sus manos la lagunita, el agua comenzó a moverse haciendo ondas y fueron apareciendo imágenes en ella. Vio a la gente de su pueblo sembrando maíz y a los niños jugando alrededor y ayudando a sus padres en la siembra.

Cansada por la caminata, Anita se recostó al pie de la lagunita y muy pronto se quedó dormida; entonces en sus sueños escuchó una voz que salía del cerro, diciéndole: “La sequía va a durar unos meses más, pero si tú quieres que llueva, coge el agua de esta lagunita en un mate y donde tú lo pongas atraerá a las nubes y lloverá”. Anita al momento se despertó y, pensativa, sacó de su mantita el mate donde guardaba la cancha y vaciándolo lo lavó y llenó con el agua de la lagunita. Luego de pastar a sus animales, bajó contenta hacia el pueblo con sus ovejas. Le contó a su abuelita lo sucedido y ella le explicó, diciéndole: “Anita, hijita, seguro uno de los auquis tutelares vio en ti a la persona a quien podía confiarle un secreto.

 El auqui nos anuncia que las imágenes que viste en la lagunita se cumplirán, cuando comiencen las lluvias, renazcan las plantas y retorne la gente al pueblo para sembrar, ¡así será!”. ¡Y así fue! Desde ese momento, el pueblo de Salvio ya no sufrió más por falta de lluvias
 

Lectura Totibound Published @ 2014 by Ipietoon